- Voy a tomar un café, ¿quieres uno?-
Esas palabras, hacían que Tacita se pusiera de los nervios. Era su turno.
Cada mañana, se preparaba para contener el café de Carla. Le encantaba
sentir el calorcito por la mañana y escuchar la conversación de Carla y
su madre, Estela.
Luego le darían un baño fresquito en el fregadero y la secarían con cuidado
para colocarla en su lugar junto a las demás tazas.
Tacita era especial para Carla. La había traído desde muy lejos como
recuerdo de un viaje y, desde entonces, era su favorita para tomar un café.
Era diferente a las demás. No tenía un mensaje motivador,
ni una foto de amigas impresa, ni tampoco tenía un tamaño parecido.
Tacita era más pequeña y tenía pintados con mimo, unos detalles florales.
A tacita le encantaba que viniesen visitas a casa. Sobre todo cuando Carla
era la anfitriona del club de lectura. Entonces Carla la sacaba y presumía
de ella ante sus invitadas. Su amiga Marta siempre decía que
le encantaba esa taza.
Le gustaba escuchar cómo conversaban sobre los diferentes libros
que leían.
Y tacita sentía que viajaba a esos mundos imaginarios o a esas épocas
de las que hablaban.
Cuando venían los sobrinos de Carla, tacita sentía algo de miedo, pues
había visto cómo rompían el asa de una de sus compañeras de alacena.
La pobre taza en la que se leía “ Hoy es un buen día para sonreir”, ya
no estaba nada de contenta sin su asa.
Así que, cuando Juan y Jimena llegaron a casa, a Tacita casi se le
derrama el contenido.
Carla se había hecho un té, y los estaba esperando con emoción.
Pero tacita sentía miedo. No quería acabar sin asa o peor aún,
en la basura como la pobre ”Ama tu vida”: Se rompió al sacarla
del lavavajillas y fue un destrozo tal, que no intentaron arreglarla.
Juan y Jimena venían con juguetes nuevos para enseñarlos a
su tía y estaban especialmente contentos con el balón .
Carla los invitó a salir al jardín para que no rompieran nada con él.
Así que Tacita respiró tranquila en la cocina viendo desde la
ventana, cómo jugaban los tres en el jardín.
De repente Jimena dio una patada muy fuerte que descontroló
la dirección del balón, y como no podía ser de otra forma,
fue a parar en dirección a tacita.
Tacita se sintió caer al vacío. Vio su cuerpo roto en muchos
pedazos y comenzó a pensar que Carla se desharía de ella
en la basura.
Pero no fue así. Cuando Carla la vio allí tirada en el suelo
rota en pedazos, se puso muy muy triste, y sus sobrinos también,
por lo que decidieron entre todos recoger todas las piezas
para intentar pegarla.
-Sé que es tu favorita tía Carla, lo siento mucho- le dijo Jimena.
Quizás deberíamos llevarla a casa de nuestra vecina Aiko,
restauró para mamá un jarrón que se rompió y quedó muy
bonito. Aseguró.
Así lo hicieron y Tacita estuvo muy a gusto con Aiko, quien
al verla supo lo que haría por ella. Usó para restaurarla la
técnica llamada “Kintsugi” en la que se unen las piezas
con barniz de resina, espolvoreada de oro.
El resultado fue fascinante. Tacita no sólo se sentía
restaurada, sino que ahora se sentía más fuerte y bonita.
Todos al verla, admiraban la obra de arte en que se había
convertido y desde entonces ya no tenía miedo a romperse,
sabía que aunque al principio era feliz, siempre vivía con
miedo. Ahora disfrutaba mucho más cuando venían los
sobrinos de Carla y cuando venían visitas, ya que no
temía a nada que pudiese pasar. Sabía que siempre
podría volver a reconstruirse y convertirse en una taza mejor.
A Veces tenemos miedo a rompernos, a no poder más.
Pero cuando al final ocurre, no sólo logramos pegar
nuestros pedazos, sino que nos damos cuenta de lo mucho
que hemos aprendido y lo fuertes que nos hemos hecho
en el proceso.
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